2008/11/11

El cerdo pesaroso a su San Martín

(Sobre un fondo de música celestial: Cumbre católico-musulmana en el Vaticano)


Querido santo, tú ya sabías que éste tu gorrino devoto no iba a dejar pasar tu fiesta sin salir de la clandestinidad para honrarte un año más. Salud, venerado patrono.

¡Qué antiguo eres, Martín! Tú siempre fuiste un santo muy antiguo, ¡soldado romano cuando Juliano el Apóstata fue nombrado emperador en Lutecia, ahora llamada París! Tu biógrafo y contemporáneo Sulpicio Severo sitúa tu muerte en el año 397, lo que significa que te libraste por cincuenta y ocho años de saber que Roma había caído a los bárbaros, y por mil cincuenta y seis años de saber que Constantinopla había caído a los turcos. Eres de la quinta de San Jerónimo y San Agustín.

Me tiene pesaroso que seas tan antiguo. Pero no en ese sentido. Es que de pronto has pasado a ser antiguo en sentido figurado y letal, antiguo como cuando se dice: “¡No me seas antiguo!”. Antiguo de anticuado, antiguo de superado, antiguo de antigualla. ¡Tú predicabas la Buena Nueva a los paganos! ¡Tú les bautizabas! Incluso (miedo me da decirlo) ¡destruías los viejos templos del paganismo!

Comienza entonces un episcopado de estilo lo bastante insólito para haber impresionado fuertemente a los contemporáneos. Sin desatender ninguno de sus deberes de obispo, Martín da prioridad a los pobres, a los pequeños, a los humildes. Son los presos a los que visita o cuya liberación se esfuerza por lograr. Son los enfermos a los que cura con numerosos milagros. Son, y esto es lo más revolucionario, la gente del campo, a quienes hasta entonces nadie se ha preocupado realmente por hacer llegar la Buena Nueva (hasta entonces el cristianismo en la Galia seguía siendo un fenómeno esencialmente urbano). El nuevo obispo –o más exactamente este obispo de un nuevo género- emprende, pues, vastas giras misioneras, no sólo predicando, sino asegurando sus conquistas mediante la fundación de innumerables iglesias y ermitas. Recorre la Turena y el Berry, pero también las regiones de Burdeos y París y el valle del Ródano. *

Como padre de monjes y como obispo de Tours, trabajó desde entonces incansablemente por la conversión de los infieles, sobre todo entre la población celta [...]. **

¿No te da vergüenza, Martín?

¿Que te habían hecho a ti los celtas (o galorromanos) para que te empeñaras en convertirlos?

Se cultivaba especialmente [entre los celtas] el orgullo personal y se estimulaba celosamente el nacional y racial. En el código de las relaciones entre los sexos se evitaba todo lo que pudiera interpretarse como grosero o licencioso, pero se toleraba el repudio de las mujeres, el divorcio por causas mínimas y las uniones temporales. ***

Esto del repudio, el divorcio y las uniones temporales me suena y no sé de qué. Pero da igual. Mira, Martín: tú tenías que haber dialogado con los paganos, tenías que haber reconocido que sus dioses eran el tuyo y haber dejado quietos sus templos, sus santuarios y sus piadosas costumbres; tenías que haber admitido que simples “diferencias teológicas” no debían enturbiar la alianza de civilizaciones.

Estoy pesaroso de haber elegido como patrono a un santo tan antiguo. ¡Convertir a los infieles! ¡Qué ocurrencia!


* Ces saints qui ont fait l'Europe, Sources Vives, París 1994, pp. 30-31.
** Historia de la Iglesia católica, I: Edad antigua, BAC, Madrid 1964, p. 441.
*** Cristo y las religiones de la tierra, II, BAC, Madrid 1961, pp. 244-245.

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