2007/05/31

Laqueur habla de Europa


El Wall Street Journal de hoy trae una reseña del último libro de Walter Laqueur, recién publicado. Su título, The Last Days of Europe, los últimos días de Europa.

El lector tiene todo el derecho del mundo a no saber quién es Walter Laqueur, pero como no somos almas franciscanas no se lo vamos a explicar aquí. Sólo queremos entresacar algo de lo que sobre el libro escribe Gerard Baker en el WSJ:

Europa muestra signos de vida, pero Walter Laqueur sostiene que sigue muriéndose. [...] El breve libro del señor Laqueur es mesurado, comprensivo incluso. [...] El tono es de resignada consternación [...]. Ese carácter templado hace que el mensaje del libro -que Europa tiene ahora enfrente desafíos potencialmente mortales- resulte tanto más convincente.

El problema demográfico es ya tan conocido que casi está de más insistir en él. El señor Laqueur señala que la familia europea media tenía cinco hijos en el siglo XIX; hoy tiene menos de dos, tendencia que de aquí a un siglo reducirá la población del continente en una escala sin precedentes en la historia moderna.

El hecho de que los europeos no se reproduzcan los hace vulnerables al cisma interno. Con demasiada frecuencia Europa ha reaccionado a la amenaza creciente de minorías extremistas con una tolerancia y una autocrítica que han bordeado la capitulación. Entretanto las tensiones sociales aumentan, y no es el menor de los motivos la elevada emigración a Europa desde países musulmanes y las altas tasas de natalidad de las poblaciones musulmanas. Nadie ha descubierto todavía una buena manera de integrar a esas poblaciones en el tronco de la sociedad europea.

A medida que el desafío del islam fanático se intensificaba dentro y fuera, los europeos han encontrado nuevos modos de rebajarse ante él. Hace dos años fue el asunto de las viñetas danesas, en el que demasiado pocos políticos y líderes de opinión defendieron los derechos del periódico danés que las publicó; el año pasado fue el acobardamiento colectivo europeo a raíz de unas observaciones levemente tajantes del papa sobre la desconexión entre el islam y la razón; este año ha sido el vergonzoso espectáculo del servilismo de unos militares británicos humillados frente a sus secuestradores iraníes.

En el terreno económico, Europa está celebrando una tasa de crecimiento del 2,5 % anual; en los Estados Unidos un ritmo semejante se considera una crisis. Mientras, el desempleo sigue siendo brutal y la productividad permanece estancada. El señor Laqueur observa que los europeos admiten a veces su atonía económica como parte del atractivo de su "poder blando": todas esas semanas de 35 horas, vacaciones largas y prestaciones sociales generosas. Pero el coste a largo plazo de sus estados del bienestar -y sus confiscatorias tasas tributarias- puede hacer que tales lujos lleguen a ser insostenibles.

El señor Laqueur se pregunta si Europa realmente acabará rindiéndose a esas tendencias adversas o resistirá. No es optimista. Quizá los europeos den con el modo de levantar sus tasas de natalidad. Quizá se pongan serios frente a la escalada terrorista. Quizá los musulmanes se asimilen mejor a las sociedades democráticas y tolerantes de Europa. Quizá las sensibilidades proamericanas y el ánimo de crecimiento de los países del Este empujen al resto del continente a salir del pozo del estancamiento y del pacifismo. Quizá.

Pero también, como observa el señor Laqueur, los museos están llenos de restos de civilizaciones desaparecidas. [...]

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2007/05/27

Los vellos del Profeta y el agua de sus pies

"El mensajero de Dios (Paz y bendiciones sobre él) fue un hombre sensacional, respetado por todos los que lo conocían. Su rostro brillaba como la luna llena. Era un hombre de estatura mediana, ni muy alto, ni muy bajo. Tenía una cabeza grande y su cabello era ondulado. Si tenía el cabello largo, lo dividía, de lo contrario, su cabello no pasaba los lóbulos de las orejas en circunstancias normales. Tenía un color rosado saludable.

"Su frente era ancha. Sus cejas estaban prolijas naturalmente, y no estaban unidas. Había una vena entre sus cejas que se hinchaba cuando se enfadaba. Su nariz era recta y tenía brillo especial. Tenía una barba tupida y suaves mejillas. Su boca era grande. Tenía bigotes. Sus dientes estaban espaciados. Su cuello era similar al de un muñeco, y tenía un color blanco plateado. Su contextura era moderada y fuerte. Su abdomen y su pecho estaban al mismo nivel. Su pecho y sus hombros eran anchos. Sus articulaciones eran de buen tamaño. Su piel era blanca. Tenía vellos desde el esternón hasta el ombligo. No había vellos en su pecho, pero sus brazos y hombros eran velludos. Sus antebrazos eran grandes y también las palmas de sus manos. Sus manos y pies eran cortos, y sus dedos tenían un largo moderado. Sus pies eran planos y suaves; debido a la suavidad de sus pies, no se acumulaba el agua en ellos. Caminaba con pasos largos y elegantes; levantaba los pies en lugar de arrastrarlos. Cada vez que se volteaba, lo hacía con el cuerpo entero [en lugar de voltear sólo la cabeza]. Bajaba su mirada en todo momento. Eran más las veces que miraba el suelo que el cielo. A menudo daba vistazos rápidos a las cosas [en lugar de mirarlas fijamente]. Ofrecía sus saludos a los demás antes de que lo saludaran a él.

"El profeta (Paz y bendiciones sobre él) parecía estar triste casi todo el tiempo, y meditaba profundamente. Nunca descansaba del todo, y nunca hablaba a menos que fuera necesario. Cada vez que hablaba, comenzaba y terminaba sus frases con el nombre de Dios. Hablaba claro con significado, pronunciando sólo frases precisas y certeras. Sus frases eran muy decisivas; nadie podía distorsionar sus palabras. Era muy amable y cariñoso. Nunca insultaba a otras personas. Era agradecido por todas las bendiciones que Dios le había otorgado, sin importar lo minúsculas que parecieran; nunca menospreciaba nada. No criticaba la comida. Nunca se preocupaba por asuntos mundanos. Si una persona sufría una injusticia, se enojaba mucho. Su enojo no cesaba hasta tanto le restituyeran su derecho a esa persona. No se enojaba si la víctima de la injusticia era él, ni tampoco buscaba venganza. Cuando señalaba, lo hacía con la mano entera; cuando se sorprendía, volteaba rápidamente la mano. Cuando el profeta (Paz y bendiciones sobre él) hablaba, daba pequeños golpes en su mano derecha con su pulgar izquierdo. Cuando se enfadaba, daba vuelta a la cara, y cuando estaba complacido y feliz, bajaba la mirada. Sus risas eran más bien sonrisas. Cuando sonreía, sus dientes parecían perlas."

Transidos de emoción hemos corregido los errores ortográficos de este panegírico, lo que esperamos que nos agradezcan los autores de la página de origen. De nada, chicos. ¿Dónde hay que ir para convertirse?

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2007/05/23

Sarkozy y esto

Primero, unir a los ciudadanos; segundo, cumplir la palabra dada; tercero, rehabilitar los valores del trabajo, del esfuerzo, del mérito, del respeto; cuarto, combatir la intolerancia y el sectarismo.

Cuando hace unos días se nos ocurrió escribir que el nuevo Presidente de Francia parecía así como ligeramente extraterrestre visto desde la campaña electoral que nos aflige aquí, tan cerca en el mapa y tan lejos en las ideas, sentíamos ya la amargura que pide un poco de ironía para no replegarse en el silencio; pero no sabíamos, ni lo sabemos aún, a qué punto nos iba a llevar esta deliberada degradación del ambiente en vísperas de una consulta en la que sin duda se juega el futuro de España. El hecho es que lo que hace tres años parecía inconcebible ahora es tangible realidad, y a partir del domingo puede ser un camino sin retorno.

El discurso de investidura de Sarkozy se puede leer íntegro, salvo algunas pequeñas supresiones que no dejan de tener su aquél, en el sitio oficial de la Presidencia de la República Francesa, aquí; y traducido al español aquí. Es cortito y vale la pena leerlo entero. De esas pequeñas supresiones respecto a la versión que registra el vídeo destacaríamos una: al declarar su compromiso de defender la identidad de Francia, Sarkozy hizo una pausa y añadió: "Porque Francia tiene una identidad".

Tanto en ese discurso como en el que le siguió, en el Bois de Boulogne, que puede leerse aquí en francés y abajo traducimos nosotros al español, es evidente que este hijo de un húngaro y una francesa descendiente de sefardíes tiene claro que la pervivencia, el futuro, de un gran país europeo pasa por el reconocimiento de su historia, la identificación de sus valores y la transmisión de ese legado a cada sucesiva generación. No hace tanto tiempo que justamente eso era lo que se entendía por cultura.

Señoras y señores,

Henos aquí, en el Bois de Boulogne, en este lugar trágico donde treinta y cinco jóvenes de la resistencia fueron fusilados por la Gestapo hace sesenta y tres años.

Matanza inútil, absurda, a sólo pocos días de la liberación de París, cuando ya todo está decidido. No es una acción de guerra. Es un asesinato a sangre fría, una venganza.

En el momento mismo en que son ejecutados, los treinta y cinco resistentes capturados a traición son ya símbolos. Lo son a los propios ojos de sus verdugos. En los rostros de los treinta y cinco mártires, muchos de los cuales apenas tienen veinte años, los verdugos leen su derrota ya ineluctable, y, lo que aún es más insoportable, la prefiguración de un futuro en el que no habrá sitio para ellos.

Han matado demasiado. Tienen demasiada sangre en las manos. Ya no son soldados, son asesinos a los que sólo mueve el instinto de muerte y de destrucción.

Aquí, en aquel 16 de agosto de 1944, esos treinta y cinco jóvenes franceses que van a morir encarnan lo que en el hombre hay de más noble frente a la barbarie.

Aquí, en aquel 16 de agosto de 1944, son las víctimas quienes son libres, y los verdugos quienes son esclavos.

Los resistentes son jóvenes. Van a morir. Pero lo que encarnan es invencible. Han dicho "no", "no" a la fatalidad, "no" a la sumisión, "no" al deshonor, "no" a lo que degrada a la persona humana, y ese "no" se seguirá oyendo mucho después de su muerte porque ese "no" es el grito eterno que la libertad humana opone a todo lo que amenaza esclavizarla.

Ese grito lo seguimos oyendo nosotros.

Ese grito yo quiero que en las escuelas se enseñe a nuestros hijos a escucharlo y a comprenderlo.

Si queremos hacer hombres y no niños grandes, tenemos el deber de transmitirles a nuestra vez esa idea del hombre que las generaciones pasadas nos han legado, y por la cual se han arrostrado tantos sacrificios.

Si he decidido hacer aquí mi primera conmemoración como Presidente de la República, en este lugar donde unos jóvenes franceses fueron asesinados porque no podían concebir que Francia renegase de toda su historia y todos sus valores,
si he decidido rendir homenaje en el primer día de mi mandato a esos jóvenes resistentes para quienes Francia contaba más que su partido o su iglesia,
si he querido que se leyera la carta tan conmovedora que Guy Môquet escribió a sus padres la víspera de ser fusilado,
es porque creo que es esencial explicar a nuestros hijos lo que es un joven francés, y mostrarles, a través del sacrificio de algunos de esos héroes anónimos de los que no hablan los libros de historia, lo que es la grandeza de un hombre que se entrega a una causa mayor que él.

Quiero con este gesto que nuestros hijos calibren el horror de la guerra y a qué bárbara extremidad puede conducir a los pueblos más civilizados.

Recordad, hijos de Francia, que hombres admirables han conquistado con su sacrificio la libertad que disfrutáis.

Pero recordad también que la guerra es terrible y es criminal.

Ojalá fuéramos capaces de dejaros un mundo del que el riesgo de ver triunfar a esa barbarie hubiera desaparecido.

Que el recuerdo del gran crimen que conmemoramos hoy os empuje a trabajar por la paz entre los hombres.

Que os haga comprender que para poner fin al ciclo eterno del resentimiento y la venganza ha habido que construir Europa.

Que os haga comprender por qué la reconciliación franco-alemana fue una especie de milagro, y porque nada debe llevar jamás a sacrificar la amistad que al cabo de tantas pruebas une ahora al pueblo francés y el pueblo alemán.

Hijos de Francia, estad orgullosos de vuestros mayores, que os han dado tanto, y estad orgullosos de Francia, en cuyo nombre han muerto.

Amad a Francia como ellos la amaron, sin odiar a los demás.

Amad a Francia porque es vuestro país y no tenéis otro.

¡Viva la República!

¡Viva Francia!


Quizá sobra todo comentario, salvo el muy obvio de que nos contentaríamos con que cosas tan obvias se pudieran seguir diciendo y pidiendo, hoy y mañana, también aquí, donde hace menos de treinta años nos hicimos la ilusión de poder ser, ¡por fin!, simplemente así, como los franceses, por ejemplo.

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2007/05/16

¿Sarkozy? Un poco extraterrestre

Visto desde el ambiente que reina a este lado de los Pirineos. Aquí están los vídeos de sus primeros discursos presidenciales, el de investidura y el de homenaje a los mártires de la Resistencia.

Comentaremos cuando el Tiempo lo permita.

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